domingo, 21 de febrero de 2016

VIENTOS Y SOMBRAS


MIS CUADERNOS PERSONALES


                                                          VIENTOS Y SOMBRAS



  El titán destronado contempló las estrellas, y en aquel preciso momento comprendió que ya no le pertenecían, que pasaría el resto de su existencia vagando por el hueco cosmos sin que ningún ser humano volviera a dirigirse a él, o a temerle. Triste es que alguien muera y que sólo nos quede su recuerdo, pero peor es ser inmortal y no existir.


El viento sólo llega a serlo cuando silva entre los árboles, la maleza o los edificios. Carente de cuerpo sólido, sólo existe cuando choca contra los demás y les arranca un sonido. Hasta ese momento, el viento sólo es aire.


El ciego siempre será el más atrevido a la hora de cruzar un puente.


¿Soy un hombre que sueña por las noches con ser águila o soy un águila que sueña por las noches con ser hombre?


Para escapar de tu noche y encontrar un nuevo sol, me bastaría con una sonrisa, un abrazo, una caricia nueva, no tuya. Un nuevo destello en esta noche eterna.


Si para el budismo, a cada instante somos un ser distinto, ¿por qué me aferro a un pasado de dolor y lo siento mío? Las lamentaciones de ayer no deberían tener cabida en el mañana. Me retuerzo entre los gusanos para ser proclamado mariposa…


En una urnita guardaré tu sonrisa. El resto sigue ardiendo.


Hace ya más de un año que cometí mi gran error, que me hundí con los demás y descubrí que no sólo no soy especial, sino que, al menos una vez en mi vida, he sido el ser más despreciable de la creación. Si me reencarno, tendré que pagar por ello.


El sexo es el mayor regalo de la existencia. Todo nace de él y todo nos conduce a él. Nunca entenderé por qué occidente no lo venera cuando es la mejor divinidad que puede existir: da y recibe por igual.


Y el buda les reunió y les dijo: “Nombraré como líder del monasterio al que de vosotros sea capaz de describirme esta tetera sin utilizar palabras”. Uno tras otro, los monjes fracasaban. “Es un objeto de metal, maestro”, dijo uno. “Colocándola al fuego”, dijo otro. A todos decía buda que no. En esto que llegó el monje cocinero y, debido a que le entorpecía el camino, apartó la tetera de una patada. El buda le hizo líder de inmediato.


Nos perdemos en vericuetos sin sentido, en vez de fijarnos en lo primordial, en lo básico, una rosa, un vaso, un rostro. Poseen fuerza por sí mismos, no necesitan que los definamos. Hay que enseñar a sacar la flecha, no aprender de qué esta hecha.


Durante diez días, los peregrinos escalaron hacia las montañas del Za-zen. Cuando faltaba un día para llegar a la cima, uno de los peregrinos se dio la vuelta y empezó a bajar. Un compañero le grito: “¿Qué haces? ¿A dónde vas? ¿No ves que ya estamos apunto de llegar?”. A lo que respondió éste: “Seguro que la vista es magnífica, pero, ¿habéis pensado en que no tendremos cobertura allí arriba?”.


Muerte, muerte y muerte. Te enseñaré el dolor en un puñado de polvo. Hay otros mundos aparte de éste. Y algunos, desgraciadamente, están aquí.


Un silencio en boca de otro es menos silencio si lo comparte con su propia sombra menguante. Sí, las sombran menguan como la luna, como la vida, como todo.


sábado, 20 de febrero de 2016

EL SOL Y LAS NUBES



MIS CUADERNOS PERSONALES


                                                EL SOL Y LAS NUBES

Hacía uno de esos aburridos días de invierno en los cuales las nubes habían conseguido conquistar el cielo. Deprimido y débil, como me acontecía siempre que amanecía nublado, decidí pasar todo el domingo leyendo. Sin embargo, hacia la media mañana, el sol comenzó a iluminar mi habitación, por lo que me asomé desde mi terraza hacia el cielo y pude contemplar cómo la luz solar había triunfado de nuevo. Ya podía sentir el calor por mi cuerpo, la sangre afanándose en transportar oxígeno a las células y comida y, por ende, las renovadas energías, las ganas de salir a la calle, de estar con la gente, de hollar terrazas y de trasegar claras, de vivir, en fin, de puertas para fuera.

Mientras pensaba a quién llamar y dónde quedar, contemplé al diezmado ejército nimbo en retirada. Algunas nubes soldado, incapaces de huir a tiempo, eran desintegradas por la acción del calor del sol. El resto, sencillamente, recogieron sus gotas de agua y abandonaron el campo de batalla lo más rápido que les permitía el poco viento que circulaba esa mañana.

¿A dónde se reunirían las nubes vencidas? Habían perdido una batalla, pero no la guerra, por lo que debía existir un punto geográfico donde el sol no llegase y las nubes pudieran reagruparse y hacer planes para un nuevo ataque. Quizá no fuera un lugar determinado, sino la suma de sus colonias, de sus cielos conquistados, que, salvo por fortuitas incursiones solares, permanecen de color gris perla casi a perpetuidad. Mi mente procedió veloz a trazar un mapa aéreo que representase los dominios del Imperio Nube: los países nórdicos, Inglaterra, Canadá, Santiago de Compostela, y un largo etcétera.

¿Cuál sería el móvil de su insaciable sed de conquista? Porque lo que resulta obvio es que constantemente intentan apoderarse de nuevos dominios celestes, atreviéndose, incluso, a atacar en ocasiones a las regiones más importantes y seguras del Imperio Sol, provocando auténticas hecatombes para forzar a la zona en cuestión a reconocer la supremacía del Imperio Nube en sus tierras.

Considero que Elche, mi hogar, es un protectorado del Imperio Sol, aunque aquí ambos bandos han aprendido a convivir, repartiéndose el año, amén de unos tratados firmados hace una eternidad. A pesar de ello, y de la relativa tregua que han alcanzado en Elche y en más zonas, el Imperio Nube intenta continuamente forzar la débil paz existente. Sus ejércitos diezman nuestros cultivos, inundan nuestras calles y levantan por los aires nuestros hogares., afortunadamente sòlo muy de vez en cuando

Con lo que no contaba el Imperio Nube era con nuestro alzamiento, rebeldía y ansias de libertad. Para ello, nosotros, los seres humanos, decidimos combatir a nuestro enemigo con la única arma eficaz que disponemos: la ciencia. Así, comenzamos a verter nuestros desechos gaseosos contra el Imperio Nube, a colocar sistemas de refrigeración y de calefacción por todas partes, a comprar vehículos autopropulsados y a coger un spray y, mirando al cielo, rociar los pérfidos cúmulos con CFC.

Nuestro trabajo ha ido dando sus frutos. Para empezar, hemos conseguido que aumente la temperatura media en la superficie, creando un hermoso efecto que podríamos definir de invernadero, que nos permite retener a ras del suelo las nobles radiaciones del sol entre nosotros, dándole así más tiempo para combatir a su feroz rival. Por otro lado, hemos abierto un agujero considerable entre las filas enemigas, en una capa defensiva del Imperio Nube denominada Ozono. Gracias a esta heroica acción, los rayos del sol penetran hasta lo más hondo de nuestros seres, colmándonos de su sabiduría y eternidad, bendiciéndonos por nuestras valerosas hazañas en contra del enemigo, y convirtiendo la superficie del planeta en un hermoso solar.