domingo, 29 de noviembre de 2015




¿CUALQUIER TIEMPO PASADO FUÉ MEJOR?

Yo soy de los que piensan que cualquier tiempo pasado fué mejor, sobretodo si tenemos en cuenta por todo lo que estamos viviendo y padeciendo.¿Pero es eso cierto?. He reflexionado mucho sobre ello, y he llegado a mis propias conclusiones


-Seguro que has oído a alguien de tu entorno decir algo parecido a: “Hoy no es como antes. Ya no hay respeto por los mayores. Antes, todo el mundo era honesto y trabajador y la gente se preocupaba por los demás.” Me juego mi colección de chapas de pepsi-cola a que, si le preguntas a esa persona, su abuelo decía lo mismo. Y si hubiera posibilidad de poder preguntarle al abuelo de esa persona, diría que su abuelo opinaba igual y así hasta la cortina de los tiempos. ¿Por qué siempre tenemos la percepción de que en el pasado todo era mejor?

Conozco a personas que han tenido infancias duras y que opinan que antes la gente era más buena. Y te pueden dar una retahíla de recuerdos que justifican esa afirmación. Da igual que vivieran en la miseria o bajo represión política de cualquier tipo, lo que recuerdan es que antes eran más felices. La respuesta a esta forma de pensar está en el cerebro y en su capacidad para engañarnos. No le culpéis, no lo hace para fastidiar, sino para mantenernos sanos.

A esta percepción de que todo antes era mejor se la conoce con el nombre de efecto de positividad. Es un fenómeno por el cual nuestro cerebro es capaz de recordar con detalles muy vívidos las memorias felices, mientras que las tristes tienden a desvanecerse.

Por eso casi todos recordamos con cariño nuestra infancia y tenemos tantos recuerdos de juegos, diversión y felicidad. Por eso recordamos con cariño los buenos momentos que pasamos con una mascota fallecida y olvidamos los días de lluvia y frío en los que teníamos que sacarla a pasear o aquel día en que se comió los deberes y tu maestra no te creyó.

El mecanismo de percepción de positividad sirve para que podamos seguir hacia adelante sin “atascarnos” en recuerdos tristes. Es un truco del cerebro para que podamos superar los baches de la vida. Seguro que habéis tenido un momento duro en la vida: el fallecimiento de un ser querido, o algo menos doloroso como un montón de trabajo al que creíais que no podíais hacer frente, una montaña de exámenes apelotonados en una semana, o cualquier situación más o menos penosa. Comprobad que, a medida que pasa el tiempo, os cuesta recordar vívidamente lo mal que lo pasasteis y que realmente os queda un buen regustillo por haberlo superado. En el caso de la muerte de un ser querido, se traduce en que tendemos a conservar únicamente los recuerdos positivos que tenemos hacia esa persona.

El mecanismo de percepción de positividad no es perfecto y, de hecho, suele fallar en la gente que sufre de depresión: Estas personas no son capaces de recordar detalles vívidos de recuerdos, sino recuerdos vagos de cómo de mal le van las cosas.

En varios centros de Neurología realizaron experimentos que demuestran que nuestro estado de ánimo condiciona qué somos capaces de recordar. Así que, no hace falta estar diagnosticados de depresión para que haya fallos en el mecanismo de positividad: nuestro estado de ánimo afecta a nuestra memoria. Si estamos alicaídos, somos más propensos a recordar experiencias tristes o a resaltar las partes más negativas. Cuando estás triste no recuerdas lo genial que te lo pasaste en tu cumpleaños, sino que el pastelero escribió mal tu nombre en la tarta.

En los momentos de bajona, creemos que nos han pasado una serie de acontecimientos terribles que hacen que estemos tristes. Es decir, pensamos “como me han pasado un montón de cosas horribles, estoy depre”. Sin embargo es al contrario: “Como estás tristón, tienes más facilidad para recordar otras vivencias tristes”. O sea que cuando estamos tristes somos más propensos a fijarnos y pensar en las malas experiencias. Esto parece una obviedad, pero te vendrá bien recordarlo la próxima vez que estés triste.

En conclusión, en un estado normal, cuando recordamos cualquier tiempo pasado, lo hacemos con una mezcla de nostalgia y alegría y eso es lo que hace que, por muy malos que fueran realmente esos tiempos, los recordemos mejor que los actuales.

A pesar de todo lo reflexionado, yo sigo pensando que cualquier tiempo pasado fué MEJOR




sábado, 21 de noviembre de 2015




SEGURIDAD O LIBERTAD



Hay quienes creen que el hombre siempre se ve muy tentado a descartar la libertad a favor de la seguridad y de los beneficios materiales. Preferiría por tanto vivir en un régimen político que le garantice un plato de comida, aunque al precio de someterse a él sin chistar.
Aquí la “libertad” sería vista como un lujo inaceptable cuando la inequidad social conduce a algunas personas a morirse anémicas. “La única libertad que existe en el capitalismo es la de morirse de hambre”, han proclamado los socialismos de todos los tiempos.
Quienes han padecido los regímenes totalitarios (de derecha y de izquierda), y por tanto conocen en carne propia la opresión sobre las conciencias, tienen una percepción distinta: nada justifica, ni siquiera el orden social más injusto, el recorte de libertades individuales y sociales, sostienen.
El tópico aborda un problema clave de la filosofía política: la relación entre el individuo y la comunidad. ¿Son dos realidades antagónicas? ¿El individuo es anterior a la colectividad o al revés?
Si la colectividad tiene más derecho sobre el individuo el dilema libertad versus seguridad, se disuelve a favor de este último: habría entonces que sacrificar los deseos individuales, porque hay que garantizar la seguridad del conjunto, por lo general a través del Estado.
Quien no tuvo problema en concederle todo el poder al Estado fue el inglés Thomas Hobbes, para algunos el padre intelectual de todos los totalitarismos. Su razonamiento es que los seres humanos son criaturas mezquinas y egoístas, a las que sólo les interesan sus propias supervivencia y prosperidad.
Los individuos, por tanto, abandonados a su propio instinto, son criminales en potencia, viven en estado de discordia permanente, y sólo pueden ser sometidos por un poder policial superior.
“Mientras los hombres vivan sin un poder común que los atemorice, se hallan en la condición que se denomina estado de guerra; una guerra tal que enfrenta a todos contra todos”, escribió.
Hoy día, hay sociólogos que sostienen que ya no hay nada sólido ni seguro en la actual sociedad. 
Vivimos un tiempo donde todavía no están claras las estrategias para manejar los propios miedos y angustias. En este contexto,, el dilema seguridad versus libertad se ha agudizado.
El terrorismo y las acechanzas que se ciernen sobre los poderes políticos, los conatos de anarquía social, han generado paranoia entre algunos gobiernos, que así reivindican mayor ingerencia.
En Estados Unidos, por ejemplo, ante el peligro de ataques terroristas, la mayoría de los ciudadanos, estaría dispuesta a darle más atribuciones al gobierno, para garantizar seguridad, aunque eso restrinja libertades.
Pero una cosa no debería excluir a la otra.   “no es posible ser realmente libre si no se tiene seguridad, y la verdadera seguridad implica a su vez la libertad”.
Particularmente, y en situaciones como las que estamos viviendo ahora, y si tengo que elegir, prefiero la SEGURIDAD