LA SIN RAZÓN
Hablar hoy en día de Cataluña es, por desgracia, hablar de nacionalismo. Y hablar de nacionalismo catalán es hablar de manipulación, adoctrinamiento y propaganda. Hablar de nacionalismo es hablar de sentimientos y no de razón, porque no existen argumentos históricos, económicos y sociales objetivos que puedan apuntalar esta ideología. Hablar de nacionalismo es hablar de aquellos que han tomado la autoridad como verdad en vez de la verdad como autoridad. Hablar de nacionalismo es hablar de aquellos que quieren imponer la razón de la fuerza en lugar de la fuerza de la razón. En definitiva, hablar de nacionalismo en Cataluña es hablar de graves carencias en la calidad democrática.
Pero, ¿qué representa en la Europa de hoy el nacionalismo? Representa una ideología insolidaria que pone a una determinada nación como el único referente identitario dentro de una comunidad política y que afirma que la nación es la única base legítima para el Estado y postula que cada nación debe formar su propio Estado, y que las fronteras del Estado deben coincidir con las de la nación. Las acciones sociales y políticas del nacionalismo se esfuerzan en crear o sustentar una idea de nación basada en un concepto, muchas veces ilusorio, de identidad ‘experimentado’ colectivamente por miembros de una sociedad o un territorio en particular, y con el objetivo de lograr las reclamaciones territoriales y nacionales que pretenden con tanto ahínco, un proceso que se percibe perfectamente en la Cataluña actual.
En Cataluña, el nacionalismo se vende como participativo, democrático, pacífico, plural, no partidista… se manifiesta como la expresión de un pueblo colonizado y oprimido que busca su añorada libertad nacional. Pero todo ello no son sino imposturas que debemos dejar al descubierto y denunciar enérgicamente puesto que el sesgado nacionalismo catalán es de carácter fuertemente identitario, reduccionista, manipulador, clientelista, xenófobo, supremacista y excluyente; y además muestra peligrosamente la cara más burda de los regímenes totalitarios que tantos horrores trajeron a la Europa de nuestros abuelos. De nada sirve que destacados líderes internacionales como Obama o Cameron afirmen que lo mejor para Cataluña es permanecer en España y por ende en Europa, o que varios comisarios europeos afirmen públicamente que una Cataluña independiente quedaría fuera de la Unión Europea y del euro, o adviertan del riesgo de corralito; al separatismo no le importa, niegan la evidencia porque lo único que quieren es la independencia aunque suponga el ostracismo internacional, la quiebra económica y con ella la desaparición efectiva de los derechos con que nuestro actual Estado social protege a la ciudadanía.
En Cataluña, el nacionalismo ha conseguido que la sociedad civil haya sido suplantada por una tosca pancracia -- formada por el poder político de carácter secesionista y sus extensiones asamblearias y asociativas subvencionadas, que han parecido gobernar de facto en nombre de Artur Mas durante estos dos últimos años, ese presidente autonómico insumiso que se ha creído legitimado por “la voluntad de un pueblo” –ergo la gran impostura separatista, hacer creer al mundo que todo el pueblo catalán es nacionalista- a saltarse las leyes y a romper la ejemplar convivencia de los catalanes entre sí y de éstos con el resto de los españoles. En el centro del pensamiento nacionalista siempre tiene que haber un enemigo exterior al cual poder culpar de sus carencias y de sus errores, y al cual dirigir su odio al tiempo que camufla con ello sus propias miserias. . Por ello, una de las mentiras más indignas de los nacionalistas es tratar de hacernos creer que los catalanes son odiados por los españoles, esa “raza invasora y colona”, como se esfuerza la maquinaria del régimen secesionista en calificarlos, sin tener en cuenta que son parte de España y que hay muchos lazos afectivos y económicos que los unen con el resto de españoles. Prueba de ello es la gran cantidad de españoles del resto de España –Murcia, Extremadura, Andalucía, Galicia, Aragón, etc.- que vinieron a Cataluña a trabajar y decidieron echar raíces y tener allí a sus hijos y pasar a formar parte de una sociedad ejemplar, culta, avanzada, respetuosa y con los pies en el suelo, sociedad que ahora se tambalea a causa del pulso separatista.
La comunidad autónoma catalana no puede decidir unilateralmente separarse de España básicamente por dos motivos: a) legalmente porque el Gobierno y el Parlamento de Cataluña no tienen competencias para decidir sobre la ruptura de la integridad del territorio nacional; b) éticamente porque se ha sufrido un adoctrinamiento en las escuelas a lo largo de tres décadas y una manipulación mediática continuada, haciendo decantar artificialmente a una parte de los ciudadanos de Cataluña hacia una opción determinada: la secesionista; en definitiva, porque no hay pluralidad informativa en los medios públicos catalanes -en cuyo libro de estilo la palabra ‘pluralidad’ ha sido sustituida por el ‘pensamiento único’- ni tampoco en los medios privados subvencionados -que se han convertido en voceros del gobierno separatista de Mas-, y todo ello no es casual, ya estaba meticulosamente previsto en el plan nacionalizador de Jordi Pujol aparecido en 1990 en los periódicos catalanes de mayor tirada, plan que se ha ejecutado milimétricamente y que, como pretendía, ha inoculado el virus separatista en todos los ámbitos de la sociedad, desde la educación, la comunicación y la cultura hasta la empresa, el tejido asociativo y los colegios profesionales.
La asociación Sociedad Civil Catalana, premio Ciudadano Europeo 2014 de la U.E., con un informe económico claro y preciso elaborado a finales de 2014 nos ha planteado un crudo pero realista escenario de lo que sería la Cataluña independiente: aterroriza leer todo lo que se perdería con la secesión, porque ganar no ganarían nada. También se ha pronunciado Josep Borrell, expresidente del Parlamento Europeo, que ha desmontado con su reciente libro ‘Las cuentas y los cuentos de la independencia’ la propaganda victimista e insolidaria sobre el falso expolio fiscal del Estado con la que el gobierno nacionalista catalán bombardea un día sí y otro también. Realmente, la crítica situación económica actual de la Generalidad es fruto del mal gobierno, y hay que recordar que cuando Mas llegó al poder en diciembre de 2010 la deuda pública de Cataluña era de 35.616 millones de euros; en los cinco años de su desgobierno ha alcanzado los 66.813 millones actuales, una situación insostenible para una región cuyo presupuesto de ingresos para 2015 es de 36.942,9 millones de euros. Las políticas identitarias han pasado por delante de las políticas económicas y sociales, quedando relegado a un segundo plano de su acción de gobierno la industria, el trabajo, la sanidad y los servicios sociales. Lo más deleznable de todo es que bajo la bandera de la independencia -esa bandera estelada cuyo autor firmaba como VICME, Viva la Independencia de Cataluña y Muera España- Mas ha querido ocultar la realidad de su pésima gestión en una desesperada huida hacia adelante para mantenerse en el poder y tratar de evitar las responsabilidades por el expolio de la región y por la corrupción que de este expolio se deriva y que carcome hasta las entrañas tanto a su partido como al clan familiar del expresidente Pujol, con la práctica totalidad de sus miembros imputados y poseedores de innumerables y abundantes cuentas e inversiones en paraísos fiscales, todo un modelo de ejemplaridad democrática y de ejercicio de cargo público.
La desoladora realidad es que los ciudadanos que viven en Cataluña han visto como paulatinamente se han ido dañando sus relaciones de amistad, de familia, de pareja, de trabajo, por culpa de este incierto viaje hacia una Arcadia imposible que unos pocos llaman “la nación catalana”, donde se ataca continuamente la ejemplar transición española y la consensuada Constitución de 1978, mientras la situación de crisis económica y social se agrava un día tras otro en la región. Cicerón ya nos advirtió que “el buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende hacerse superior a las leyes”. Y los catalanes, como son diligentes ciudadanos, no van a permitir que esto suceda, de la única manera posible en democracia: votando en las próximas elecciones autonómicas para acabar con la tiranía de este sentimiento irracional que quieren imponer desde el separatismo que desde hace tres décadas se ha instalado en las instituciones catalanas con diferentes colores políticos y que ahora se ha quitado la careta y se presenta como lista única con un solo objetivo: la secesión.
En Cataluña, aún queda mucha gente que no se ha dejado adoctrinar, mucha gente con seny, y que deben ir a votar el día 27 para decirle NO a los secesionistas
Cataluña debe y tiene que seguir siendo parte de una gran nación:ESPAÑA